HABITANDO LA DIÁSPORA:

narrativas de migración de mujeres radicadas en España

Cada historia de movilidad es única por la suma de particularidades que la conforman: origen, género, grupo migratorio, causa de migración, ruta y estrategias de movilidad, violencias en tránsito, país de destino, etcétera. Esta iniciativa nace de la necesidad de visibilizar la heterogeneidad del fenómeno migratorio y su componente de género. Se plantea como una oportunidad de luchar, desde una perspectiva feminista e interseccional, contra las acciones de discriminación y odio por razón de raza, género, origen y cultura.


Está compuesta de ocho historias de mujeres migradas residentes en las ciudades de Madrid y Ciudad Real.

MADRID

“Viví en Angola hasta los 28 años. Mi vida allí no era fácil: el país estaba en guerra, las mujeres sufríamos todo tipo de violencias, había mucha inseguridad. Tuve que migrar por fuerza mayor. A los 28 años no tenía un trabajo estable, lo único que podía hacer era trabajar en la venta ambulante para subsistir y a veces ni eso tenía. Vivía en un país sin perspectivas de vida, tuve que migrar. Tardé 5 años en ahorrar el dinero del viaje, hice muchos sacrificios.

 

Una vez ahorrado el dinero, fue una lucha conseguir el visado. Hice varias tentativas hasta conseguir el permiso. En Angola no es fácil conseguir el visado de España, así que el visado que me permitió viajar a España fue de Portugal. Es la forma que tenemos de entrar a Europa.

 

Cuando llegó el momento de dejar mí país (un país que no me ofreció nada), me dio una enorme tristeza dejar atrás mí tierra, mi vida, mis amistades. A pesar de que mi viaje fue en avión y no en cayuco, sentí mucha incertidumbre a lo desconocido. Aunque te pesa dejar tu país, la necesidad de buscar una vida mejor habla más alto, lo que una quiere es tener la oportunidad de ser independiente económicamente, nada más.

 

Mis primeros años en España no fueron nada fáciles. Lloraba cada dos por tres, me entraban ganas de coger mis maletas y volver a mí país. Con el tiempo acabé tomando España como mí segunda tierra, la patria que me dio la oportunidad de una vida digna”.

 

 

 

Sandra Días, Angola

(La fotografía ha sido tomada en la Colonia El Tercio, en Carabanchel, primer lugar donde vivió al llegar a España)

Llegó a Madrid en 2017.

 

En Honduras, trabajaba para el Estado, en el área de Desarrollo Económico. Al denunciar y hacer pública la corrupción del gobierno, fue víctima de persecución política. Después de ver como asesinaban a personas de su entorno bajo el mismo pretexto, viajó sola a España, dejando a sus hijos en Honduras:Yo tenía una vida. Nunca pensé en migrar”. Causa, también, de la persecución, su hijo mayor se vio obligado a desplazarse internamente, abandonando su ciudad y perdiendo toda comunicación con su familia con el único objetivo de sobrevivir.

 

La violencia no cesó en destino, cuando llegó a España, Claudia estuvo en situación de calle hasta que consiguió alquilar una habitación; sin embargo, su nuevo hogar, lejos de convertirse en un espacio seguro, fue escenario de un intento de agresión sexual por parte de su casero.

 

Con el asesoramiento y ayuda jurídica de la Fundación Cepaim, presentó las pruebas de persecución por motivos políticos ante la OAR (Oficina de Asilo y Refugio), que le concedió el asilo en 2020.

 

Aún a día de hoy se encuentra recuperándose psicológicamente de años de violencia de género y persecución; así como lidiando con la culpa: “me ha costado aprender a vivir con la culpa. Yo estaba trabajando para un gobierno corrupto cuando secuestraron a mi hija. Me he tenido que perdonar por no haber sabido cuidar lo que tenía en casa”. Su hija fue víctima de agresión sexual durante el encierro. En la actualidad se encuentra en España con ella, al igual que su segundo hijo.

 

En 2023 obtuvo la nacionalidad española: “ahora que la tengo me voy a animar a opositar, también quiero reagrupar a mi familia, mi hijo mayor sigue en Honduras”.

 

Estoy de frente y estoy de pie. Siempre”.

 

Claudia Zúñiga, Honduras

(La fotografía es una muestra de agradecimiento a Cepaim: “las ONG que han ayudado a refugiados son una parte fundamental de nuestras vidas”)

“Llegué a Madrid con solo doce años, junto a mis padres. Cuando supe que migrábamos, me pareció una noticia muy dolorosa, no me gustó la idea de venir a España, dejando a todos mis amigos y familia atrás. Durante mucho tiempo les eché mucho de menos. Era muy pequeña para enfrentarme a tener que hacer una nueva vida.

 

Lo pasé mal los primeros meses, todo era nuevo, coger el metro se me hacía un mundo. En el instituto entré directamente al aula de “enlace” para aprender español. Fue muy duro para mí no poder comunicarme con el resto de compañeros, pero en tres meses ya me defendía con el idioma y hoy lo hablo muy bien. Encontré en otra chica rumana mi lugar seguro y mi vínculo con mi país. Fue mi primera amiga y a día de hoy aún la conservo.

 

Empecé a trabajar de interna con dieciséis años. Viajé a Murcia para cuidar de un hombre mayor. A los veinte años conocí a mi marido, un hombre gitano. Al principio no hubo entendimiento entre su familia y la mía, veníamos de dos mundos completamente diferentes. Hoy tenemos dos hijos, de cincoy un año. Cuento con la ayuda de su familia para todo, cuidan de nuestros hijos y de la casa cuando estamos trabajando Son como unos padres para mí y me tratan como a una hija.

 

Mi marido y yo trabajamos de sol a sol para poder sacar adelante a nuestros hijos. A todas las mujeres y madres jóvenes les diría que se animen a trabajar, que salgan, no es bueno estar en casa y ver como la vida te pasa alrededor.

 

Ahora soy muy feliz en Madrid y uno de mis sueños es seguir estudiando cuando mis hijos sean mayores”.

 

Raluca Soare

(La fotografía ha sido tomada en Casa de Campo, donde Raluca pasa tiempo de calidad y ocio con su familia)

“Allá, el vendedor ambulante canta su venta: “El plátano, la yuca, los limones, la patiiiiiilla”. Las vecinas gritan las preguntas desde la calle hasta el fondo del patio donde te alcanzan a ver: “Oh niña, ¿Cómo amaneciste?”. Se escucha a lo lejos un vallenato y mami empieza a medio cantarlo al lado al mío: “Los caminos de la vida no son como yo pensaba…”, mientras se le quiebra la voz. Suenan las campanas de la iglesia y estalla algún golpecito de pólvora anunciando fiesta, los perros ladran, los cerdos que vagan libres por las calles huyen y los gallos y las gallinas no paran de cantar y cacarear.

 

Aquí, aquí está el silencio, “el orden”, el paso a paso, la compostura, lo previo, lo anticipado, el “guardar la distancia”.

 

Y parece que son dos cuerpos, que habitan dos espacios, que gozan dos veces, que duelen dos veces. Pero no es así, es un espectro huérfano del movimiento, que no es aquí y tampoco allá”

 

 

Tomasa Soledad Acosta, Sucre, Colombia

(La fotografía ha sido tomada en la biblioteca de su casa, lugar de refugio)

“Llegué a España desde Marruecos en el año 2000, embarazada. Deje toda mi vida y a mi familia; mis hermanos, mi madre, mis amigos y mis recuerdos, buenos y malos. Aterricé en un país totalmente distinto a lo que había conocido hasta entonces, con una cultura diferente y un idioma que no era el mío. Al principio estaba ilusionada de estar en un país como España, un sitio donde podía tener un futuro. Yo venía de un pueblo, con una mentalidad muy cerrada y mucha pobreza. Marruecos era, en esa época, un país donde no tenía posibilidades de tener una vida. En mi infancia no me dejaron estudiar ni me permitieron nunca tener ahí una independencia. España era un mundo nuevo lleno de posibilidades.

 

 Posteriormente, poco tiempo después, tuve a mi hija. A partir de ese momento todo cambió. Nunca antes había trabajado. Mi única tarea hasta entonces se había enmarcado en el ámbito doméstico y de los cuidados, habiendo sido de pequeña responsable de criar a mis 5 hermanos. Con 18 años tuve que aprender un idioma nuevo, buscar un trabajo sin tener documentación y hacerme cargo de una niña. Comencé a trabajar sin papeles en un restaurante, estando explotada laboralmente, sin descanso ni horario durante tres años. Tenía un salario de 700€, con lo que tenía que pagar un alquiler y todos los gastos.

 

Más tarde conseguí un contrato y con ello arreglar mi permiso de residencia. Con el apoyo de mi hermana pude salir adelante y tener a mi segundo hijo. Más tarde pude traer a España a mi marido, con el que me había casado recientemente. Cuando él vino mi situación laboral cambio y conseguí el trabajo en el que estuve 11 años, en el Palacio de Hielo, marcando un antes y un después en mi vida. Con la ayuda de mi marido poco a poco todo fue mejorando. Pese a las complicaciones, las barreras e impedimentos, el proceso ha sido como pasar las 4 estaciones, unas épocas más cálidas y otras más frías.

 

Ha sido un país que me ha dado la oportunidad de ser libre y pensar por mí misma, y eso es algo a lo que todas deberíamos tener derecho.”

 

Samira Essaghir, Marruecos

(La fotografía ha sido tomada en el Palacio de Hielo, Canillas, lugar que marcó un antes y un después en su vida)

CIUDAD REAL

“Llegue a España el 9 de octubre de 2019, migre porque quería venir a trabajar, conseguir hacer mi casa allá y después regresar a mi país. Elegí Ciudad Real porque aquí vive mi madre. Viajé junto a mi pareja y mi hija de 2 años. Recuerdo estar supercontenta con muchísima emoción, sin poder dormir. Quería ver a mi madre y viajar fuera de mi país, nunca imaginé que pudiera hacerlo. Pero también tenía miedo y me costó muchísimo porque allá dejaba a mis hermanos menores, a los que había cuidado siempre.

 

Me gustó mucho la ciudad, era todo nuevo, me parecía muy bonita, los edificios altos; en Nicaragua todos los edificios y casas son bajos por los terremotos. Pero estaba muy triste porque extrañaba mucho a mis hermanos. Al principio fue todo muy difícil, no sabíamos cómo funcionaban las cosas. Si no hubiera tenido aquí a mi mama hubiera sido todo más complicado aún. Como tuve que salir a trabajar, empecé a moverme sola por la ciudad. Al principio lo hacía con mucho miedo, pensaba que me iban a rechazar por no ser de aquí y no tener el permiso de residencia. Ahora mismo me siento muy bien, me gusta la ciudad, es tranquila y quiero quedarme.

 

Elegí este lugar porque me recuerda el primer día que me separé de mi hija durante unas horas. El primer día de cole ella estaba muy contenta, pero al llegar se puso a llorar y me llamaron a las dos horas para que la recogiera. Cuando la recogimos mi mama y yo, nos sentamos en el banco frente a la escuela hasta que dejó de llorar. Luego el colegio se ha convertido en uno de sus lugares favoritos. Para mí también lo es, porque representa las oportunidades de estudiar que tiene mi hija, y ese es uno de los principales motivos que yo tengo para seguir aquí.”

 

 

Yakarelys, Nicaragua

(La fotografía ha sido tomada enfrente del colegio de su hija)

“Nací en Ecuador, en Guayaquil. Llegué a Ciudad Real en el 2007, mi hermana vivía ya aquí y me consiguió una carta de invitación. Así pude viajar.

Cuando estaba preparando el viaje, pensaba mucho en mi familia, especialmente a mi madre. En el aeropuerto, tenía sentimientos encontrados, mucha tristeza, alegría y de todo.

Al llegar empecé en el que sería mi primer trabajo: cuidando de un matrimonio de personas mayores, especialmente a ella, que tenía alzhéimer. No sabía cómo era la enfermedad, en el día a día me iba enterando, el marido y los hijos me iban explicando cómo tratarla y como darle sus debidos cuidados. También tenía que hacer la comida y en eso sí sufrí un poco porque son muy diferentes a las muestras, tenía que llamar a mi hermana para que me explicase cómo prepararlas. Aunque llevo 17 años aquí, quiero aprender más, conocer más sitios, saber cocinar más comidas.

Con el tiempo que ya llevo aquí, me siento bastante adaptada. Con las tecnologías como las videollamadas y los mensajes me siento cerca de mi familia que está lejos.

El lugar que elegí para la fotografía es un parque con una locomotora, me recuerda a los viajes que hacía en vacaciones con mi familia cuando era niña, hacia Riobamba. Cuando vi este parque por primera vez, paseando con el matrimonio que cuidaba, me llenó de nostalgia. Me acordé de los cerros y ríos de mi país, del sonido del tren con las vías. Mientras pase por este parque seguiré recordando a mi familia, a mi madre, sobre todo.

Tengo 69 años y ya me gustaría jubilarme, quiero descansar. Cuando me jubile iré a pasar temporadas a Ecuador, iré y volveré.


Angelita, Ecuador

(La fotografía ha sido tomada en el “parque de la locomotora”, en el barrio de Pío XII)

“Nací en Bolivia. Llegué a Madrid en 2006 a buscar un mejor futuro. No planifiqué el viaje, no estaba preparada para lo que se venía. Los tres primeros meses me los pasé llorando y pensando en volverme. Durante varios años fue así, pensaba “el año que viene me regreso”. Echaba de menos todo: a mis padres, hermanos, la comida, etcétera.

 

Me fui adaptando poco a poco. Cuando nació mi hijo me centré en él, ya no estaba sola y eso me hacía sentir mejor. En 2009 me mudé a Ciudad Real porque aquí vivía mi hermano con su mujer y mis tres sobrinos. El cambio me cayó bien, Ciudad Real es una ciudad muy tranquila y segura para vivir.

 

Ahora me siento orgullosa de mi misma por haber migrado, soy una mujer muy valiente. He crecido mucho como persona, no me arrepiento. Me siento con fuerza, ahora no tengo miedo.

 

He conocido mujeres maravillosas que me tratan como a una más. Agradezco a Mujeres Opañel el acompañamiento. A veces no queremos pedir ayuda, pero la necesitamos. Las mujeres tenemos que apoyarnos, no solo por nosotras, también para nuestras hijas y nietas.

 

Quiero viajar, conocer el resto de España. No pienso en regresar a Bolivia, he vivido aquí casi más tiempo que en mi país, tengo muchos y muy bonitos recuerdos.

 

Este parque significa mucho para mí, siempre he venido, desde que estaba embarazada. Luego traía a mis hijos, que les encantaba. Me lleva directamente a su infancia. Hemos sido felices aquí. A veces vengo sola, a pensar, respirar, relajarme y olvidarme de lo que me pone triste.”

 

A. M., Bolivia

(La fotografía ha sido tomada en el Parque de Gasset)

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